Cristina Messnik  

                                                                                         

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Era un día de verano, seguro, porque hacía calor y recuerdo que estuve jugando fuera toda la tarde. No llevaba mucha ropa, una camiseta y unos pantalones cortos. Correr me hacía sudar y, sin embargo, no dejaba de jugar con los otros. Pillapilla era. El sabor salado del sudor en mi frente, pasándole con la mano para quitarlo, no me importaba. Y el brillante sol reflejaba su luz con tanta fuerza en mi camino que veía parpadeos. Tampoco me molestaba, porque me encantaba jugar al aire libre con los demás. 

Durante las vacaciones de verano podía pasármelo todo el día fuera solo para no tener que entrar en casa, porque mamá siempre daba tareas: “haz esto y aquello", y a mí eso no me gustaba. Si tenía que ayudar en casa, me ponía a soñar enseguida estando con la cabeza en otro lugar para no darme cuenta de lo que estaba haciendo de verdad: quitar el polvo de la vitrina. Pero en un día tan hermoso como ese, no era el caso. Me dejaban estar fuera, mamá estaba en su trabajo y mi padre cuidaba de mí. Todavía lo puedo ver ante mis ojos: sentado en un taburete justo a la entrada de nuestro bloque, mirándome jugar.

      -Cristinica, ¡tráeme mis dulces de la cocina por favor! 

      -Pero estoy jugando papá ¿puedo hacerlo más tarde?

      -No, venga, hazlo ahora.

Entonces salía corriendo y le llevaba a mi padre las pastillas y tabaco que quería. Eran sus caramelos.

Por muy bonito que fuese, todo aquello me resultó triste después. Mi padre murió a los cuarenta y nueve años y los caramelos que le llevaba eran morfina para aliviar su dolor. Como Ricardo Piglia dijo una vez: “Un cuento siempre cuenta dos historias”, así fue con nosotros también. Por un lado, la niña de nueve años que sólo tenía juegos en la cabeza y, por otro, el dolor y el sufrimiento de su padre. 

La enfermedad le debilitó tanto que sólo podía caminar con dificultad. De ahí el taburete y el sentarse en las escaleras. 
Me pregunto: ¿Cuál es el significado de este recuerdo? Si hubiera sabido que tata estaba tan enfermo que iba a morir, desde luego no le habría llevado el tabaco que le atacaban los pulmones. Era pequeña y todo aquello me resultaba demasiado grande para comprenderlo.

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