Cristina Messnik  

                                                                                         

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La culpable


- Mírense,
llamaba el cine a la gente entera,
- Escuchen bien, os pido
por lo que más fuera.
Había dos sentados
en la segunda fila,
él, le regalaba el cielo,
a ella, que le caía encima.

Por mucho que quería
no la entendía.
-  ¿A dónde vas? decía,
agarrarle la mano.
- ¡No quiero más! seguía
y ella rebelaba,
cansada de la angustia
que ocultaba
la farsa que vivía.

Y se alejó de él.
Traspasó el cine,
huyendo 
antes
de que él termine.

Al parecer que no fue suficiente,
el pobre desmayó, 
tirándose al suelo,
dejándose tragar 
sin ningun consuelo.

De ella, hasta hoy, 
no se sabe nada,
se perdió la huella que una vez
parese que le inculpaba.
Si alguien intuye más,
qué venga a contar,
sobre aquella
que en plenitud oscura,
se atrevió marchar,
crear una ruptura
en vida de uno,
que desde entonces
es la figura 
de toda ciudad.

Anda, ¡mostráis piedad!
con el marido quedado atrás
el infortunado,
por haberle querido, 
no más.

Tarea en el taller de escritura con el poeta y docente uruguayo Fabián Severo

Con este poema quiero aludir a aquellos tiempos del Sieglo de oro, 
dentro un curso de literatura de la Edad Media con la profesora 
Dr. Teresa Hiergeist, en el Institut für Romanistik
donde la mujer no tenía derecho a abandonar/ dejar al hombre, 
al contrario, tenía que soportarlo todo, siendo él visto como el pilar 
de la familia y a ella la que destruye la familia. Es decir, si ella quería
algo diferente de lo que él quería. Y aquí estoy utilizando el espacio 
público, en este caso, el cine, que de hecho podría representar una 
sala de tribunal, un lugar de acusación, porque se habla de ella, 
de la mujer, en público, se la busca, se la acusa de haber abandonado
a su marido. 

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